lunes, 9 de marzo de 2015

Fatuo



Ignis fatuus.

Había una vez en un país de Iberia, dos comunidades separadas por un muro mental, que un día venturoso decidieron unirse, tal como hicieran las dos Alemanias luego del Deutches über alles hitleriano.

Vivían al fin todos juntos pero pudiendo revolverse: los de una grande y libre y los de no pasarán.
De pronto se les apareció delante una lucecita atractiva y saltarina con pantalla circunfleja, que les invitaba con tal talante a seguirla, que no tuvieron mas remedio que hacerlo masivamente durante un tiempo de vacas gordas .

En ese tiempo, se aprobó, entre otras cosas acertadas, un ABC que permitía el emparejamiento no solo de vacas y toros sino toros con toros, progenitores A con progenitores A, B con B, C con C y todas las variaciones con repetición que permitía e ABC: O sea BBA , AAB etc. También parcelar la comunidad en principio en tres, dejando libertad para organizar el número que se quisiera.
Y siempre la lucecita delante con sus guiños magnéticos e irressistibles. Y siempre detrás la comunidad entre la que hubo desertores y retrógrados que se quedaban atrás y percibía la lucecita burlona cada vez más lejana, apagada y pálida.

Hasta que llega un momento en que la lucecita da un saltito y se planta al otro lado de un precipicio por el fondo del cual circulaba un río que recibía el nombre de Aqueronte.

La comunidad adelantada y progre, compuesta ya por tres subcomunidades, se para en seco al borde y escucha las risitas burlonas provenientes de la estrella fugaz terrestre que se desvanece en el horizonte como azucarillo en aguardiente en un día de verbena de San Isidro Labrador.

La comunidad atrasada veía ahora al volver la vista atrás, que lo que antes fuera un muro mental se convirtió por mor de la lucecita, en tres y separados por sendos barrancos al fondo de cada uno de los cuales circulaba fogoso y ardiendo la correspondiente rama del Aqueronte también dividido.



Y a través de las ondas del éter sulfúrico, se dejó oir una risa sardónica simejante a la que emiten las hienas cuando huyen de cualquier terremoto o catástrofe irremediable.

A continuación se apagó el fuego fatuo que investigaciones posteriores identificaron como el alma en pena de un abuelísmo famoso reencarnado en un nieto tétrico no menos celebrado y triste y transitoriamente célebre.