miércoles, 28 de octubre de 2015

Soc català (¡ Ozú...casi ná!)


¿Somos diferentes?












"Soc Català i porto barretina i qui em digui res li tallo la sardina" (Soy catalán y llevo barretina y quien me diga algo le corto la sardina.) Esta cantinela pedestre aprendida y berreada en mi más tierna infancia, procuraba ya establecer de forma algo abrupta un cierto empaque étnico en los chiquillos de la época. Eran tiempos en los cuales, a pesar de la dictadura en pleno auge, la toxina de la segregación enfilada hacia los "castellanos" se manifestaba subrepticiamente entre minúsculos signos. Se trataba de señales inocentes en su apariencia, pero en el caso concreto de la cantinela antes citada, la intención era muy explícita. No sólo revelaba la expresión genérica de un impulso xenofóbico primario sino que ya señalaba una funcionalidad concreta. Teníamos claro a quienes había que cortarles la sardina.
En aquel contexto, la fobia hacia el enemigo externo dotaba de cierta osadía tribal un simple gesto que indicara alguna clase de resistencia al supuesto invasor. Eran de nuevo los embriones del único signo diferencial auténticamente relevante en el territorio catalán desde hace más de un siglo; una auto exaltación de las supuestas virtudes comunes que ha llevado siempre implícita una predisposición a la xenofobia. Ni había entonces, ni los hay ahora, otros signos específicos suficientemente destacados que pudieran diferenciarnos entre los habitantes de la península.





En mi juventud, cualquier atributo colectivo que distinguiera tangiblemente los catalanes del resto de los españoles se encontraba exclusivamente en el ámbito de las manifestaciones populares o el folclore. Ni la lengua materna representaba en mis primeros años de vida algo claramente distinto, ya que pasábamos de la una a la otra sin apenas percibirlo dada la similitud entre ambas. Los demás distintivos colectivos eran los clásicos tópicos regionales como la avaricia, o la designación de "pueblo laborioso" con la que nos adulaba el dictador Franco.
Sin embargo, resulta chocante como este hábito de exaltar virtudes a los catalanes para intentar tenerlos sosegados se produce siempre a costa de rebajar implícitamente al resto de ciudadanos españoles. Si nos ceñimos al panegírico franquista parecería que los que no vivían en Cataluña eran entonces poco amantes del trabajo (creencia compartida hasta hoy por una mayoría de catalanes). Esta costumbre laudatoria sobre las singularidades de mi región ha seguido hasta nuestros tiempos, ya que en la actualidad, con la excepción de vascos y catalanes, el resto de españoles parecen hallarse huérfanos de hechos diferenciales.
En cualquier caso, resulta insólito que a estas alturas de la democracia española todavía tenga crédito la invocación de rasgos diferenciales como algo suficientemente tangible y objetivo para justificar una estructura administrativa. Tampoco es de extrañar que los nacionalistas catalanes deseen poseer unos signos de identidad únicos, no sólo frente a España sino ante Europa y por todo el orbe. Se halla en perfecta coherencia con la justificación de sus actuales intenciones secesionistas. La gran paradoja del asunto reside en que surgen constantemente relevantes figuras españolas de la política, los medios o la cultura, las cuales continúan alimentando este automatismo sin correspondencia alguna con la realidad. Y lo clasifico como un automatismo dado que el mito de las singularidades y su aceptación (un punto masoquista) por parte de los no catalanes, ha quedado establecido como materia indiscutible y nadie se preocupa en verificar la realidad.
"A estas alturas de la democracia en España todavía tiene crédito la invocación de rasgos diferenciales para justificar una estructura administrativa"
Desde el Rey hasta el último político se esfuerzan en introducir en sus discursos la gran diversidad de España. Es una obviedad innecesaria tratándose de 40 millones de personas si no fuera que viene a reflejar el complejo sobre vascos y catalanes. Hace unos meses el ex presidente Felipe González citaba de nuevo la necesidad de dejar muy claros en la Constitución "los hechos diferenciales catalanes". En este sentido, desearía exponerle dos preguntas muy concretas: ¿Cuáles son las diferencias significativas que como catalán observa usted en mi persona en relación al resto de los españoles? ¿Puede enumerarme la lista de tales diferencias que merezcan ser señaladas en la Constitución? Si la cuestión se centra exclusivamente (como me temo) en la lengua, opino que el catalán no debería ser motivo suficiente para excepcionalidades y privilegios.
Si además ello es la base de las diferencias, resulta entonces demasiado exigua para fundamentar un concepto de identidad. La enorme semejanza entre el español y el catalán no da lugar a un cambio apreciable en el lóbulo central del cerebro que según parece rige estas cuestiones. Me refiero a cambios en la construcción mental provocados por giros lingüísticos que generan impulsos distintos entre una u otra lengua y que son capaces de modificar determinados rasgos del comportamiento, o sea, la lengua como creadora de peculiaridades en las pautas de actuación. En este caso concreto, tampoco se trata del chino o el árabe. El catalán parece un dialecto del español y viceversa. Lo damos por aceptable como patrimonio cultural de España aunque aquí sólo me estoy refiriendo al instrumento y lo esencial en la cuestión cultural no es la letra sino lo que se hace con esta. Y así entramos en otro supuesto diferencial muy recurrido: la cultura.
La cultura catalana es otro de los automatismos esgrimidos por los ciudadanos españoles, a los cuales una obra teatral, una canción o una poesía en catalán, les parece el núcleo de una cultura autóctona y distinta de la suya. Habría que preguntarles qué entienden por cultura, pero si creemos que es algo más que levantar torres humanas, recolectar níscalos o bailar sardanas, lamento decirles que no existe una cultura catalana como algo específico y acotado. Forma parte de un conjunto ibérico muy amplio que además de incluir Portugal se introduce también en territorios franceses. De la misma manera que hoy no existen entre un ciudadano de Barcelona, Zaragoza, Burgos o París, diferencias relevantes de costumbres y comportamiento tales como para establecer hechos diferenciales tangibles.

"Señalarlo en la Constitución es un contrasentido absoluto pues la Carta Magna debe servir precisamente para establecer lo que tiende a unirnos"

En definitiva, cualquier excepcionalidad basada en signos de identidad, rasgos autóctonos o hechos diferenciales, que establezca además alguna clase de franquicia colectiva, resulta agraviante para el resto de los españoles y atenta a nuestra igualdad de ciudadanos. Señalarlo en la Constitución es un contrasentido absoluto pues la Carta Magna debe servir precisamente para establecer lo que tiende a unirnos. Hoy cualquier español puede hablar como le dé la gana, bailar y comer lo que le plazca, así como practicar las singularidades que se le ocurran pero no es necesaria la norma escrita de estas libertades fundamentales.
No se agobien, los catalanes en nada apreciable nos diferenciamos del resto de los españoles si no fuera porque en los últimos tiempos se ha desbordado el virus xenofóbico y paranoico, latente siempre en las apologías étnicas. Hasta ahora es el único signo diferencial que proviene de aquel rincón mediterráneo pero es transitorio porque ha sido inducido artificialmente y hay síntomas de nuevos anticuerpos que pueden neutralizar la epidemia devolviéndolo todo de allí donde nunca debía haber salido: El Barça-Madrid.

Albert Boadella es dramaturgo.

lunes, 12 de octubre de 2015

Onanismo identitario made in Spain


Plaza de Colón en Madrid | Wikipedia

Un año más el 12 de Octubre, la llamada fiesta nacional. La verdad es que, vista la situación de nuestra exnación, sorprende que siga celebrándose. ¿Acaso nos queda algo que celebrar? ¿Quizás aquel descubrimiento de hace cinco siglos por el que no hacemos más que pedir perdón? ¿O la unificación de los reinos acontecida en aquellos mismos años por voluntad de aquel par de franquistas por anticipado llamados Isabel y Fernando? ¿O la existencia del extraordinario vínculo de una lengua de creciente importancia internacional que, sin embargo, se menosprecia, discrimina y acorrala en varias regiones españolas? ¿O la prosperidad y fortaleza de una nación a la que muchos de cuyos ciudadanos ansían dejar de pertenecer?

Además de los separatistas, que, al fin y al cabo, se limitan a representar coherentemente su papel, a media España le resulta molesta su propia nación, especialmente, aunque no sólo, en eso que se llama izquierda. Pero no se limita su rechazo a la España actual o a los pasados regímenes políticos, cercanos en el tiempo, a los que se culpa de todos los males para no aceptar incapacidades presentes, ya que se considera que el error español hunde sus raíces bastante más atrás. Por mencionar sólo un par de ejemplos recientes, recuérdense la palabras de ese portavoz de la intelectualidad izquierdista llamado Willy Toledo sobre lo que le agradaría la independencia de Cataluña puesto que "movería los cimientos del régimen español, que no llevamos con él ni veinte, ni cuarenta, sino quinientos años". Su compañero Wyoming ha abundado en la idea al declarar "La unidad de España me la suda" y "Aquí el poder siempre lo han tenido los mismos, durante muchísimos siglos".

 ¿A qué régimen, al parecer llegado hasta hoy, se referirá Toledo? ¿A la monarquía absoluta de origen divino? ¿Quiénes serán esos eternos gobernantes a los que se refiere Wyoming? ¿Los Trastámara? ¿Los Habsburgo? ¿La Inquisición? ¿Alguna extraña sociedad secreta que habría ido pasando, de padres a hijos, el testigo del poder en la sombra?

 La verdad es que como argumento para una película de Fantomas no estaría nada mal. En cuanto a los asuntos sudatorios, habrá que reconocer que Wyoming cuenta con el aval de Fernando Savater, eminente representante de la izquierda apátrida que, además de soplársela y sudársela, declaró hace algunos años que "la idea de España es para fanáticos y semicuras".

Y así, entre separatismos y sudores, España es la campeona mundial en las disciplinas de utilización de la historia como arma ideológica y de reflexión sobre el propio ombligo como suprema acción política. ¡Ser español se ha hecho tan cansado que hasta lo de Sísifo resultaría más llevadero! ¡Toda la vida preguntándonos qué somos! ¡Si somos o no somos, si fuimos o no fuimos, si somos o som, si seremos o serem, si seguiremos siendo o dejaremos de ser...! Demasiada atención a la esencia como para conservar la cordura.

 ¿Veremos el día en el que los españoles, especialmente los de algunas regiones enfermas de aldeanismo disfrazado de progresismo, alcancen a comprender que la política consiste en la gestión eficiente de la cosa publica, en ocuparse del buen funcionamiento de las instituciones, de la calidad de la asistencia hospitalaria, de la enseñanza y de otros asuntos ajenos a los efectos autodeterminativos de los diferentes acentos, bailes y maneras de cocinar el bacalao? De momento no parece que haya muchas razones para el optimismo en una sociedad enganchada al onanismo identitario.

Pero más allá de nuestro ombligo suceden muchas y serias cosas. Porque el mundo está cambiando a gran velocidad en estos precisos días y ante nuestras mismas narices. Por un lado, el avispero de Oriente Medio con todas sus graves consecuencias políticas, militares y terroristas. Por otro, unos USA en acelerada decadencia y una China aprestándose al relevo. En tercer lugar, unas circunstancias climáticas, medioambientales y energéticas cuyo imprevisible desarrollo no dejaremos de contemplar en los próximos años. En cuarto, la creciente presión migratoria de quienes huyen de la guerra, de las persecuciones religiosas, del hambre, de la sequía o de su propia incapacidad. Paralelamente, la natalidad suicida de los países desarrollados, especialmente de una Europa envejecida, agotada, impotente y enferma de autocrítica. Y, finalmente, una ONU promoviendo cada vez con más intensidad lo que sus expertos llaman "migraciones de reemplazo", destinadas a sustituir con rapidez a una población europea que se niega a tener hijos por decenas de millones de inmigrantes del Tercer Mundo, lo que no ha hecho más que empezar.

¡Esto sí que tiene que ver con la prosperidad, la estabilidad y la bendita identidad que aparentemente tanto gusta por aquí! Y todo ello está sucediendo allende nuestras fronteras sin prestar la menor atención al hecho diferencial catalán, el ámbito vasco de decisión, el 11 de septiembre de 1714 y el imperativo geopolítico, de transcendencia planetaria, de que España es una nación de naciones discutida y discutible.

¡Qué desconsiderados! con nuestros asnos progres de la farándula y nuestros autóctonos y sacrosantos burros del Nordeste

miércoles, 7 de octubre de 2015

La Independencia de Cataluña es indecidible. Demostración matemática.



Boole, Turing. Lo decidible.

                                                                       Turing (1912-1954)


Sea X un conjunto. Este es el inicio de toda la ciencia matemática. Diremos que a es un elemento de X, si a está contenido en X. Observesé que no podemos empezar diciendo que X es aquello que está compuesto de elementos, porque entonces, habría que definir qué es un elemento.

Clásicamente se hacía así. Por ejemplo, Euclides empieza en Los Elementos definiendo la noción de punto, como aquello sin partes. Pero, ¡caray! ¿qué es una parte?. Euclides, lo que hacía sin ser consciente, era fijar previamente el universo, que para él era el espacio tridimensional. Entonces, cuando dice partes se refiere a las dimensiones.

Un punto es un objeto del universo sin dimensiones. Ahora sí.

Sea X es un conjunto. Supongamos que tiene un número finito de elementos. Definición. Diremos que X es un álgebra de Boole si cumple lo siguiente:
  • hay una relación de orden que llamaremos <=, de manera que dados dos elementos a y b, ó bien a<=b, ó bien b<=a
  • hay un máximo I y un mínimo O. Definidos como aquellos elementos tales que a<=I, O<=a, para todo a.
  • hay dos operaciones, la unión U y la intersección INT de elementos, de manera que:
    a<=b sí y sólo sí aUb=b.
  • cada elemento a tiene un complementario NOT(a) tal que:
    • a U NOT(a)=I
    • a INT NOT(a)=O
Las álgebras de Boole, reciben su nombre de un matemático genial, George Boole, una persona extraordinariamente culta. El objetivo de Boole era reducir la lógica a ecuaciones algebraicas. Su genial método fue estudiar los operadores unión U e intersección INT, definidos arriba. Estos son un puente entre los elemenos, {ó, y}, en el lenguaje lógico y los operadores {+,x} en el lenguaje algebraico.  Aquí viene la maravilla.

Teorema: No hay más que un álgebra de Boole, las sucesiones de ceros y unos.
¿Os suena? Boole, es el padre del lenguaje computacional.



Una máquina de Turing cabezal móvil y una función de transición que especifica el siguiente estado en términos del actual y de lo que apunta el cabezal. Recibe su nombre del matemático Turing. Su tesis fundamental es:
es es una abstracción matemática compuesta de un número finito de estados y una cinta infinita con símbolos que provienen de un alfabeto finito que pueden ser escritos o leidos usando un

 Tesis Church-Turing: Una máquina de Turing es equivalente a un algoritmo. 
Es decir, un problema se resuelve con un ordenador doméstico sí y sólo sí admite ser tratado en la máquina de Turing, si y sólo si se puede expresar como un algoritmo. Como matemáticos, una de las preguntas que se hicieron Church y Turing y que venía desde Leibniz, era si se podían reducir las matemáticas a la computación. Querían saber si se podía decidir si el enunciado de una proposición matemática era un teorema verdadero o una proposición falsa.
 Este problema se llamó Entscheidungsproblem (problema de la decisión) y demostraron que no: las matemáticas, son algo más que un algoritmo.

La respuesta de Podemos y del PSOE catalán sobre la independencia no es ni sí, ni no. A esto lo llaman derecho a decidir. Si la independencia fuera algo decidible, esto sería similar a que los ordenadores, no sólo tuvieran ceros y unos, sino también 1/2.

Sólo se pueden decidir las cuestiones que admiten una lógica, es decir un lenguaje computacional Booleano. Son cuestiones que pueden ser tratadas en una máquina de Turing. Es decir, en un ordenador.

 ¿En qué ordenador sale que se pueda decidir o no la independencia de Cataluña?, ¿qué proceso lógico lleva a esta decisión? Ninguno. España es algo más que un algoritmo. La independencia de Cataluña es algo sobre lo que no se puede decidir.