lunes, 29 de septiembre de 2014

Parias



 El racista supone que hay razas mejores y peores. Pero todos los racistas coinciden en poner a la suya entre las mejores. Y en consecuencia, su raza debe tener prioridad, privilegios y prebendas -todo empieza por pr- sobre las demás. No hay ningún racista que declare que su raza es inferior, y que por ello merece ser marginada. Entonces, lo perverso -y esencial- del racismo no es el motivo de la discriminación, la raza, sino la discriminación misma. Por eso se aplica la palabra 'racismo', en sentido amplio, a toda discriminación, sea cual sea el motivo: raza, lengua, religión, sexo. Judío no es una raza, sino una religión y, sin embargo, el holocausto nazi es el máximo exponente racista.

En este sentido se puede afirmar que el catalanismo es racista: porque es una 'teoría de la discriminación'. En la sociedad hay dos lenguas, pero una de ellas, la catalana, es mejor que la otra, por ser propia (otro pr- inicial). El Estatut la declaraba preferente (con pr-), detalle sabiamente anulado por el TC. En consecuencia, los catalanohablantes tienen derecho a la mejor parte en el reparto del pastel: ocupan puestos de dirección en las empresas, hacen carrera en política, ganan oposiciones, obtienen subvenciones, se mueven con facilidad en "la cosa de casa nostra", se cuenta con ellos en la vida social. Es lo que yo suelo decir: la lengua en Cataluña sirve para organizar la cola, los catalanes al principio, los castellanos al final. Digo catalanes y castellanos para entendernos, ya sabemos que todos somos catalanes, pero unos son catalanes-catalanes y otros catalanes-castellanos.

Sin embargo, el catalanismo actual es el más interesado en distanciarse del racismo. Más aún, se proclama antirracista: se presenta como un mecanismo de integración de la diversidad, el adalid del mestizaje. Y acusa de racistas y separadores a los bilingüistas, porque privan a los recién llegados de la adopción de la lengua del país, y porque los condenan al gueto de su lengua castellana: una lengua extraña a Cataluña.

La discriminación es sutil, indetectable para el 'detector de racismo'. No encontraremos ninguna ley ni disposición que discrimine a las personas por su lengua, pero sí leyes y disposiciones que dictan la hegemonía del catalán. Es decir, nunca se te discriminará como persona por la lengua que hables, incluso puedes exigir una atención personal en castellano. Pero, si hablas catalán cumplirás con 'el perfil requerido', y se te abrirán muchas más puertas. O sea: si eres castellanohablante y quieres progresar en la sociedad, tienes que estar dispuesto a ocultar tu lengua, porque puede ser inconveniente, y tu candidatura mejoraría mucho si adoptaras plenamente el catalán. El nacionalismo se autofelicita de no ser nada racista, porque acepta perfectamente al extranjero, le trata como un natural del país, si se naturaliza, es decir, si esconde su lengua y adopta el catalán. Esto es nuevo respecto al pasado. De considerar la lengua como una 'marca de raza', de considerar inconveniente que los españoles aprendieran vasco "porque entonces se confundirían con los vascos" (Sabino Arana), hemos pasado al "prefiero un negro que hable euskera" (Arzallus). El catalanismo, dicen, es antirracista porque hace oferta de la lengua al extranjero. No lo discrimina: eso sí, siempre que 'se integre', o sea, aprenda y adopte el catalán como su nueva lengua.

El resultado es chocante: por un lado, se mantiene la discriminación (los catalanohablantes copan los primeros puestos), pero por el otro, hay una permanente 'invitación estructural' a romper la discriminación: hazte catalanohablante y podrás llegar más alto. Eso es posible porque la condición discriminatoria, la lengua, no es inexorable, y más tratándose del castellano y el catalán, lenguas hermanas. El catalán se aprende fácil, y es un esfuerzo que rinde buenos beneficios. Nadie razonablemente se aferrará al castellano, si eso le supone un coste añadido: sería como hacer la carrera con el freno puesto.


Recuerdo que la UGT de los 80 era cien por cien castellanohablante: todos los papeles, las asambleas, las reuniones. No había una especial resistencia: simplemente el mundo del trabajo no consideraba la lengua como valor en sí mismo, identitario. Pero bastó la primera presión por parte de la Generalitat para que todo se catalanizase, también al cien por cien. El secretario general José María Álvarez -reciclado en Josep Maria- fue durante un tiempo el dirigente más elogiado y mejor recibido por Pujol. Álvarez lo tenía claro: la lengua no me va a restar ni un punto de capacidad de negociación. Si en catalán me hacen más caso, oiga, yo català. Dame pan y te hablo como quieras.

Hay una variante de ese cambio de lengua, quizá más accesible a las capas populares, y es el cambio dilatado en el tiempo. Yo no me hago catalanohablante, renuncio a subir, pero no mis hijos: si les hablo en catalán, ellos serán catalanohablantes nativos y podrán llegar a lo más alto. Hay muchas parejas jóvenes que practican el "cambio de lengua en dos generaciones": ellos hablan castellano entre sí, pero catalán a los hijos. Según una encuesta reciente (Pujolar, 2010), las parejas castellanohablantes son un 52 por ciento, pero las que hablan a sus hijos sólo en castellano son un 28 por ciento: casi la mitad. En cambio, siendo las catalanohablantes un 35 por ciento, las que hablan a sus hijos sólo en catalán son un 47 por ciento. Eso es señal, dicen los catalanistas, de que no somos racistas.

El catalanismo es racista porque establece una relación entre una característica social, la lengua y el acceso a los bienes sociales. Eso es lo típico de todo racismo: si tienes la característica equis, pasas, y si no, no. En Cataluña la lengua es crucial no para entenderse, que la gente se entiende en castellano, sino para situarse arriba o abajo, cerca o lejos del poder.

Pero el catalanismo no es racista, y encima presume de ser antirracista, porque permite la adquisición del rasgo discriminante, la lengua catalana, y hasta la distribuye universalmente, a todos y gratis, via inmersión forzosa y monolingüismo oficial. De esta manera, todos los ciudadanos tienen la posibilidad de acceder a la esfera reservada, al piso de arriba. Es lo que suele decir Pujol (y también Herrera, de Iniciativa): que en Cataluña funciona el ascensor social. Aquí, si adoptas el catalán, si te haces catalán, puedes llegar a presidente de la Generalitat. No somos racistas.

Aquí hemos inventado el racismo perfecto. El racismo antirracista. Un racismo sano, saludable, que no se nota ni se mueve, como las compresas con alas. Un racismo que puede presentarse como una oportunidad de promoción para el discriminado. Es tan presentable, que hasta lo reivindican los igualitaristas de izquierda, en el PSC y en Iniciativa. Hasta en SOS-racisme se acepta la tesis oficial: el catalán es la llave que abrirá a los inmigrantes el camino del éxito social. Aprender catalán y hacerse del Barça era la receta infalible de un alcalde de izquierdas: él mismo, por ser charnego, era un ejemplo vivo. Es lo que se suele llamar 'el sistema catalán de integración'. De ahí se pasa a decir que Cataluña es esencialmente mestiza (¡qué diría el doctor Robert, el medidor de cráneos!), que "som un país d'acollida", y toda esa serie de tópicos ridículos que sólo sirven para el autobombo, lo que llamamos el cofoisme.

El 'sistema catalán' es un montaje muy ingenioso que "consigue el efecto sin que se advierta el cuidado", tal como se recomendaba que había que aplicar el decreto de Nueva Planta, año 1714. Y el efecto final es la discriminación del forastero frente al nativo. Hay toda una serie de cláusulas sociales que remarcan esa relación entre poder y lengua, y suelen ser tan invisibles como eficaces. La pirámide social se catalaniza a medida que se sube por ella: el bachillerato es más catalanófono que la ESO, la Universidad más que la Secundaria, los oficiales más que los peones, los trabajadores de cuello blanco más que los de cuello azul, etcétera. No hay barreras, pero sí atmósferas más o menos cargadas...

Aceptar el 'ascensor social de la lengua' no es burlar la discriminación, como dicen los catalanistas de izquierda: es enfatizarla todavía más. No se trata de decir "aprende catalán, así subirás al piso de arriba". Se trata de que no haya pisos de arriba. Que hablar o no hablar catalán sea irrelevante, como lo es si vas o no vas a misa. Que no haya dos colas, una rápida para los que hablen catalán y otra lenta para los que no. Que haya una sola cola, homogénea, igual para todos, en base únicamente a los méritos personales. El catalán es un derecho, no es la condición para tener derechos.

En el catalanismo es difícil hablar de racismo: sería un racismo abierto, elástico, poroso y melifluo. Un racismo blando, como tantas otras cosas del país. No se trata del racismo germánico o anglosajón, de infausta memoria. Se trata más bien de algo muy enraizado en la historia catalana: la sociedad estamental, asimétrica, de 'proms i ciutadans honrats' frente a los 'remences', de los 'braços' que conformaban las Corts y el Consell de Cent, y a los que no hicieron ascos las Bases de Manresa de 1892: más de cien años después de la revolución francesa. Quizá al catalanismo no se le pueda calificar de racista sin más. Lo que está claro es que es discriminatorio. Y, blanda o dura, la discriminación es incompatible con la democracia.

La Voz Libre, (13.10.10)



Parias sin patria: algunos emigrados
que se hacen del gran Barça adoradores
y socios meritorios cumplidores
de ese club de españoles  renegados

 que son los  fans de los  cuatribarrados
de sus raíces  íncubos traidores
de "Catalonia lliure"  seguidores
sin dios ni alma   a Baal (1) abandonados.

Síndrome de Estocolmo sufren todos
víctimas de progroms ya preparados
marcados cual "los  otros catalanes"

siempre en   los  mas bajos acomodos
Siempre con sambenito  de haraganes
y siempre hasta la tumba dominados.

(1) Mas Gabarró.